SE PARECEN A NUESTROS ANCESTROS
Hace un par de días se llevó a cabo en la ciudad de Cartagena el Encuentro Internacional de Defensores del Pueblo sobre migración. Un tema que se ha vuelto fundamental y que genera todo tipo de reacciones por parte de las poblaciones receptoras de estas personas.
No deja de ser una significativa coincidencia que este evento se hubiera llevado a cabo en una ciudad que a través de la historia ha sido receptora de migrantes de todos los continentes.
Nuestras tierras caribeñas recibieron oleadas de europeos, árabes y judíos, pero también, lamentablemente, infinidad de esclavos africanos que son los ancestros de esa población afro que ha enriquecido nuestra cultura con su alegría, sus ritmos, sus sabores, su fuerza y su inagotable creatividad.
Hoy en día las migraciones que estamos viviendo se han visto acentuadas y seguramente aumentarán mucho más en el futuro inmediato como consecuencia de las realidades climáticas, pandémicas, económicas, políticas y sociales que nos afectan globalmente.
Esas personas atraviesan ríos, desiertos, selvas, montañas y océanos para encontrar el lugar hospitalario en el que puedan asentarse con sus familias y construir el anhelado bienestar y progreso.
Un espíritu de lucha que ha movido a la humanidad en todos los tiempos. Un espíritu muy similar al de esos antepasados nuestros que escalaron montañas y a domesticaron geografías para fundar los pueblos que hoy le dan identidad a Caldas.
La historia de nuestros pueblos está repleta de ese tipo de movilizaciones y acogidas. Seres humanos que impulsados por la fuerza de los sueños tratan de hacer una vida en lugares lejanos o distintos a aquellos inhóspitos en los que la vida los ubicó.
No deja de ser emocionante imaginar a esos ancestros nuestros a los que movilizó en su momento un ímpetu similar al que mueve hoy a tantos seres humanos a lo largo y ancho del mundo. Ancestros como los que imaginó el maestro Luis Guillermo Vallejo, plasmándolo majestuosamente en el monumento a los colonizadores.
Dimensionemos el fenómeno del que hablamos.
Según ACNUR durante el 2020, más de 82,4 millones de personas en todo el mundo se han visto obligadas a huir de sus hogares. Entre ellas hay 26,4 millones de personas refugiadas.
En cifras de la Organización Internacional para las Migraciones – OIM, el flujo migratorio equivale al 3,5% de la población mundial. De ese porcentaje el 52% de los migrantes internacionales son hombres, el 48% mujeres y el 74% son personas en edad de trabajar.
En América Latina la migración ha presentado un aumento del 66%.
Nosotros hemos vivido de cerca la crisis migratoria venezolana. Estamos hablando de 5.667.921 hermanos que huyen de su país por razones económicas o políticas.
Nuestro país alberga en este momento a 1.742.927 de estos venezolanos de los cuales 759.584 están regularizados y 983.343 se encuentran en situación de irregularidad.
Las movilizaciones humanas generan problemas de atención y cuidado en los países receptores, especialmente, cuando se trata de niños, niñas y adolescentes, pero también mujeres, personas con Orientación Sexual e Identidad de Género Diversas – OSIGD y grupos étnicos minoritarios.
Estos migrantes son un desafío para la institucionalidad de los países receptores, pero, más allá de eso, son un desafío ético y humano para las comunidades a las que llegan.
Las comunidades nativas los pueden ver como intrusos peligrosos a los que hay que aislar, discriminar o señalar, pero también los pueden ver como seres humanos necesitados de apoyo y solidaridad para sacar adelante a esas familias que los impulsaron a tratar de buscar un lugar mejor donde vivir.
Como lo he mencionado, se parecen mucho a aquellos pioneros que nos antecedieron a nosotros y nos dieron lo que somos.
Si los miramos con el mismo afecto hospitalario con el que nos hubiera gustado que miraran en su momento a nuestros ancestros quizá se facilite la interacción con ellos y fluya mucho más fácil la solidaridad y la humanidad. Ahí está el camino. Eso es lo importante.
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